lunes, 19 de marzo de 2012

Los signos de una voluntad de paz: negro es blanco

Un grupo de intelectuales envió al presidente Santos una carta en la cual lo invitan a tomar en serio las declaraciones de las FARC. Los firmantes sugieren que hay signos para pensar en una nueva etapa de diálogo, pues identifican un tono diferente cuando la insurgencia afirma que “no cabe darle más largas a la posibilidad de entablar conversaciones”. Además, reconocen como novedad la derogatoria que las FARC hacen de su ley 002, con la cual se auto permitían secuestrar con fines extorsivos.

Adicionalmente, dos personalidades de este grupo han ido más allá. La primera recoge del comunicado de las FARC un llamado a la regularización de la guerra como un primer paso hacia la paz. Es decir, una guerra sin violaciones al derecho internacional humanitario (DIH). Y la segunda dice más o menos lo mismo, justificando el por qué a la guerrilla se le debe permitir disparar en medio de la negociación. En sus palabras: Si esta guerrilla deja de disparar, el gobierno y la opinión sencillamente se olvidarán de ella… poner la condición de que abandonen la “delincuencia” para poder dialogar es pretender que el otro se suicide antes de invitarlo a la mesa.

No creo en esto. Primero, las FARC en 48 años de lucha, salvo los 8 años del gobierno del presidente Uribe, siempre han hablado de la posibilidad de diálogos de paz. Lo hicieron cuando eran pobres y aislados. Lo hicieron en su mejor momento. Y lo hacen ahora que todavía cuentan con una gran capacidad operativa, financiera y de soporte internacional. Luego esto no es nuevo, ni plantea un signo contundente que evidencie una voluntad de paz. Segundo, hay una duda razonable para pensar que la derogatoria de la ley 002 –ley que paradójicamente fue creada durante los diálogos de paz del Caguán - obedezca al proceso de repliegue hacia una guerra de guerrillas en la cual el cuidado de prisioneros es inconveniente. Y tercero, las treguas no necesariamente invisibilizan al enemigo. En Colombia ha sucedido todo lo contrario. A los integrantes del M-19, como a los comandantes de las FARC se les conoció, entrevistó, fotografió y filmó como nunca antes, precisamente en los momentos de cese temporal de hostilidades.

En ese sentido, creo que los firmantes de la carta están desbalanceados en lo muy poco que le piden a las FARC, y lo mucho al pueblo Colombiano para el cuál la paz es llanamente el cese de hostilidades sin distingos entre la muerte de civiles o militares. Entiendo el profundo deseo de paz que mueve a los firmantes, pero no me parece que el camino sea forzar la interpretación de los acontecimientos para auto convencerse y convencernos que estos son evidencias ciertas de unas verdaderas intenciones de paz. Ni tampoco el juzgar de belicista, revanchista y usufructor del conflicto a todo aquél que plantee una duda razonable.

No nos equivoquemos ni forcemos los argumentos. Blanco es blanco y negro es negro. El verdadero signo de paz es un cese largo de las hostilidades.

6 comentarios:

  1. Hola Sebastián, son muy interesantes tus reflexiones, pero creo que si bien son ciertos los puntos que tocas no alcanzan a invalidar las razones de los firmantes.

    Sería interesante introducir a la discusión la visión del otro que implica cada uno de los dos caminos por los que, por ahora, creemos que puede alcanzarse la paz; el primero de ellos, la paz romana o la pacificación, bandera del gobierno Uribe y que consiste en el exterminio sistemático del enemigo por medio de combates, la supresión de sus cadenas de suministro y su descalificación como interlocutor razonable y humano con el fin de evitar que consiga cualquier tipo de apoyo de parte de la opinión pública y que por lo mismo termine aniquilado; en este caso el otro no es más que un extraño que perturba el orden social, al que hay que temerle y erradicar pues es la causa de todo desorden, su única motivación, su único fin es entorpecer el desarrollo de la comunidad, enfermar la estructura social; quizá el más recordado de los casos en el que un grupo fue tratado bajo esta visión es el de los judíos durante el Tercer Reich, durante el cual los dirigentes nazis los expusieron como el enemigo único del progreso alemán, con amplia aceptación de la opinión alemana, con la trágicas consecuencias que hoy conocemos, con la insuperable vergüenza que nos heredó.

    Una forma distinta es la que nos muestra la paz negociada, la paz acordada, que a diferencia de la pacificación no implica la ausencia del enemigo, del otro; solo requiere para darse la consecución de consensos. Bajo éste enfoque el otro no es un extraño perturbador que pone en riesgo el orden social; el otro se observa como un sujeto critico, racional y ético que toma posturas frente al mundo, y que está dispuesto a argumentarlas; es decir que el otro ya no es un ser incivil, por el contrario es un ser útil que identifica problemas, los pone en evidencia y lucha por resolverlos.

    Aceptar la posibilidad de dialogo es aceptar ver a las FARC con otros ojos, es reconocer la racionalidad sus miembros, aunque muchos de sus actos no sean razonables, es dejarlos de pensar en términos maniqueos, es darles un estatus de interlocutor válido, abrir una discusión sobre las bases mismas del conflicto.

    Creo que la discusión que realmente debe darse acerca de cuál de los dos caminos recorrer, debe partir de la calificación los costos del conflicto (y no solo su cuantificación, algo en lo que ya estamos curtidos) y de preguntarnos si como sociedad estamos dispuestos a seguir pagándolos y a acarrear con sus secuelas; esto es una cuestión fundamentalmente ética, que rebasa los escenarios de lo técnico y militar.

    De lo que si estoy convencido, es que el fin del conflicto no está en la ausencia de sus partes.

    http://antoniohoyos.blogspot.com/2012/03/proposito-de-la-posibilidad-de-dialogo.html

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    1. Jonathan, muchas gracias por los comentarios ya que ellos me permiten aclarar ideas.

      Yo no creo ni propongo la pax romana. Creo completamente en la paz negociada y en la necesidad de involucrar a todas las partes en conflicto. Lo que expongo en mi columna es mi desacuerdo con los firmantes de la carta con respecto a que los signos de las FARC, sean en realidad evidencias de un deseo genuino de negociación. Y además, que asuman que todo el que plantee una duda a la sinceridad de las FARC(razonable ya que venimos de la experiencia del Caguán) sea un usufructor del conflicto.

      Planteo que su deseo de paz los lleva a forzar la interpretación de los hechos y los argumentos.

      También expreso mi desacuerdo con respecto a lo que plantean adicionalmente dos de los firmantes en el sentido de que podemos hacer los diálogos de paz y al mismo tiempo seguir peleando la guerra. Aquí está el verdadero meollo del asunto. ¿Crees que se puede hacer esto?

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    2. Creo que es posible pero no deseable, en lo que si discrepo es en pensar en el cese de hostilidades como condición necesaria para iniciarlos, pues por razones prácticas es claro que esperarlo no hace más que dilatar sus comienzos.

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    3. Explícame por favor ¿qué es lo práctico de negociar en medio de la guerra?

      Yo lo entiendo así. Imagínate un niño que quiebra los vidrios de un vecino. El hijo del vecino ve esto y hace lo mismo en venganza a la casa del primero. Los padres de ambos niños se enteran y empiezan a discutir sobre quién es el responsable y cómo se deben pagar los daños.

      Si los niños mientras tanto siguen quebrando las ventanas ¿deben los padres ignorar esto?

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    4. Hola Sebastián, cuando hablo de razones prácticas me refiero a los argumentos que invalidan la idea de exigir el cese de hostilidades como condición para dialogar y no a calificar de práctico o no el hecho de iniciar los dialogo en medio de la guerra.

      Pero creo que es importante hacer las siguientes distinciones; la guerra es tan solo una de las múltiples expresiones del conflicto que se vive en Colombia, por lo que es correcto suponer que es posible suspenderla y abordar el problema por la vía del diálogo con el objetivo de resolverlo; también es claro que los diálogos hacen parte de un proceso de negociación en el que los actores involucrados deberán entender los intereses y fines de los otros, que la razón del conflicto está en que de facto existen diferencias entre estos y que para resolverlo deben cerrarse las brechas que los distancian, es decir, debe llegarse a un consenso; para lograrlo existen tres opciones, la primera consiste en que una de las dos partes adopte los intereses o fines de la otra(una concesión total),la segunda que ambas adopten intereses y fines de la otra , lo que implica que abandonen necesariamente parte de los suyos (una concesión parcial), y la tercera que en el proceso de negociación se encuentren unos nuevos intereses y fines tan atractivos que las hagan desistir de mantener los que en un principio generaron el conflicto. En un escenario ideal de negociación debería existir un equilibrio de poder entre las partes para evitar abusos que destruyan la posibilidad del consenso, y está destrucción del consenso no significa otra cosa que ejercer la violencia sobre el otro para realizar las aspiraciones teleológicas propias valiéndose del ejercicio de un poder mayor.

      Es evidente que en el escenario de negociación que podría darse en el país no existe un equilibrio de poderes entre las partes, pues una goza de una fuente casi inagotable de recursos, de toda la legitimidad que le confiere ser representante del estado colombiano y del respaldo pleno de la comunidad internacional y los organismos multilaterales, mientras que la otra goza casi exactamente de las condiciones contrarias. No obstante existe una condición que crea una especie de equilibrio relativo elevando el poder de la parte en peores condiciones, mediante la generación de un elemento de presión cuya consecuencia es la crisis humanitaria, a ésta condición se le llama guerra.

      Con base en esto se puede concluir lo siguiente; la exigencia del cese de hostilidades agotaría la condición de equilibrio relativo, lo que necesariamente conlleva a aumentar la probabilidad de que el actor que goce de mayor poder imponga su voluntad, destruyendo el logro del consenso, o lo que es lo mismo no resolviendo el problema por el segundo camino para alcanzar la paz comentado anteriormente (una paz acordada),si no convirtiéndose en un forma de pacificación; es decir bajo este escenario no se está negociando la solución del conflicto, se está negociando la rendición de un bando, lo que me lleva a repetir una apreciación anterior, y es que, estoy convencido de que el fin del conflicto no está en la ausencia de sus partes pues en mi concepto esto solo actúa sobre los efectos del problema pero deja intactas sus causas, pues los objetivos de las partes en conflicto son una expresión de las realidades que experimentan.

      Lo segundo que se puede concluir es que la guerra es un elemento valioso para el actor que goce de una posición desventajosa en términos de poder, por lo que esperar a que decida desistir de ejercerla es algo casi imposible. Aquí es necesario aclarar que para éste análisis solo se considera la situación hipotética de un escenario de negociación y que estas conclusiones son válidas para éste contexto, con esto quiero indicar que existen otros asuntos y efectos de la guerra que pueden ser convenientes para ambas partes del conflicto y que también la pueden hacer, dependiendo del escenario, valiosa para ambas.

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    5. A cosas como estas son a las que me refiero como razones prácticas, que me hacen pensar que el cese de hostilidades como condición para iniciar los diálogos no hace más que dilatar sus inicios.

      Por otro lado me gustaría dar respuesta a tu pregunta, ¿qué es lo práctico de negociar en medio de la guerra?, para mí la respuesta es sencilla, permitiría justamente negociar el fin de la misma.

      Sobre el ejemplo, a la luz de lo que ya he expuesto, puedo decir lo siguiente, los padres de los niños evidentemente no deben ignorar la situación de que se siguen rompiendo los vidrios, pues estos genera perjuicios para ambas familias, por lo que deben actuar inmediatamente para para las agresiones, y como es razonable pensar que entre ellos no hay desequilibrio de poder, no existe ninguna razón para ejercer acciones violentas que entren a reconfigurar la balanza. O lo que es lo mismo para ninguno es valioso mantener las agresiones.

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