Hasta no hace
más de 5 años el tener algún tipo de maestría todavía indicaba sin lugar a dudas
el haber alcanzado un buen nivel de educación superior. Las maestrías, en su concepción
original, estaban diseñadas para cualificar al estudiante en la adquisición de
un conocimiento avanzado para la resolución de un problema complejo dentro de
su área de especialización. Ninguno de los pasos anteriores sería posible sin
la adquisición de competencias en investigación.
En Europa, de
dónde el concepto del máster es originario, el modelo siguió más o menos igual,
pero en los países anglosajones, el magíster se dividió en distintas categorías
respondiendo a las necesidades de estudiantes, empleadores y universidades. Lo
que es claro es que el título que se obtiene corresponde a la modalidad del
master elegido. Un programa con solo cursos, otorgaría un Master of Arts (M.A.).
Un programa con cursos y desarrollo de tesis, otorgaría un Master of Sciences, (MSc). El caso es que su título indica muy
claramente a todos los interesados lo que hizo y lo que no.
En Colombia,
después del decreto 1001 del 2006, se reglamentó la existencia de maestrías
profesionalizantes o de profundización, y maestrías en investigación, tal y
como se hiciera en los Estados Unidos. Pero a diferencia de allí, a ambas se les
otorgó el mismo título. Tal regulación generó un profundo debate del cual aún
no se encuentran respuestas satisfactorias, puesto que a muchos nos parece que
las universidades estarían “regalando”, o peor aún, vendiendo el título de
Master. Lo anterior, si se compara el esfuerzo adicional de los que hacen y defienden
una tesis, sobre los que sólo hacen y aprueban cursos. También las
universidades estarían confundiendo al estudiante al decirle que la
investigación es algo opcional en un programa de maestría, cuando muchos
consideramos que es esencial. Pese a lo anterior, lo que otros en las mismas
universidades vieron fue la oportunidad de capitalizar tal pseudo-homologación.
El caso es que
después de casi 12 años, el viejo debate ha sido menguado por la exitosa demanda
y rendimiento económico de las maestrías profesionalizantes en las
universidades más importantes del país. En todas sin excepción. Tal pseudo-homologación
del ministerio ha sido irresistible, tanto para estudiantes confundidos, como
para otros que quieren obtener su título de magíster sin tener que afrontar los
rigores de defender una tesis. También para las universidades que quieren revitalizar
su caja con este tipo de programas. Esto,
sin lugar a dudas, ha sido la política de educación superior más rentable que
hayan tenido las universidades colombianas en toda su historia.
Por otro lado, quizá la justificación más loable a la oferta
de este tipo de programas y al aprovechamiento de sus rendimientos, ha sido la de
financiar a los estudiantes que sí quieren investigar. Pero no es justo educar
bien a un estudiante, mintiéndole a otro al otorgarle un título que certifica
unas competencias que no tiene.
Deben pasar algunos
años para que se vea cuáles consecuencias, además de la económicas, este tipo
de maestrías profesionalizantes tiene. Por lo pronto, ya se han dejado oír
comentarios de algunos empleadores y estudiantes responsables que no ven el
plus de este tipo de maestrías, además del de obtener un título que hasta ahora
tiene más prestigio que el de especialista. Es posible que oferta y demanda
entiendan que no es posible una verdadera profundización sin
investigación. Quizá el ministerio
corrija lo que muchos consideramos un error, o de nuevo vuelva a sorprendernos
con la aparición de los doctorados profesionalizantes.
*Esta reflexión fue enviada, sin éxito, para ser publicada en la sección de opinión de UdeA Noticias.